La escena se repite en cada estreno: filas interminables de adultos —trajeados recién salidos de la oficina, padres que dejaron a sus hijos en casa— aguardando como niños ante Navidad la última película de Batman. ¿Qué revela esta euforia colectiva por productos culturales diseñados para adolescentes? No se trata solo de nostalgia o evasión, sino de un síntoma alarmante: la infantilización masiva de la sociedad occidental y su correlato político: la erosión del pensamiento crítico y la tentación autoritaria.

1. El triunfo de lo simple: por qué elegimos que nos traten como niños

Las franquicias de superhéroes dominan la cultura popular no por su calidad artística, sino por su fórmula infalible:

  • Tramas predecibles (el bien vence al mal, el héroe sufre pero triunfa).

  • Moralina barata (sin matices éticos ni dilemas complejos).

  • Estímulos visuales constantes (explosiones, peleas coreografiadas).

Este menú cultural —digestivo y adictivo— crea un círculo vicioso: cuanto más lo consumimos, menos tolerancia tenemos para obras que exijan reflexión. ¿Cuándo fue la última vez que un best seller o un blockbuster nos obligó a cuestionar nuestras creencias?

2. Raíces de la infantilización: cómo llegamos aquí

2.1. Educación: del «saber por qué» al «saber hacer»

Las escuelas y universidades han priorizado habilidades técnicas sobre pensamiento crítico. Se premia resolver tests, no entender el contexto histórico de un problema. Resultado: adultos que dominan Excel pero no distinguen entre Hobbes y Rousseau.

2.2. El entretenimiento como anestesia

Pantallas omnipresentes (TikTok, Netflix, videojuegos) nos entrenan para consumir contenidos breves, fugaces y emocionalmente intensos. Leer un ensayo de Byung-Chul Han exige esfuerzo; ver a Batman golpear villanos, no.

2.3. La política como espectáculo

Cuando el debate público se reduce a eslóganes y memes, la democracia se convierte en un reality show. Los ciudadanos votan por vibes, no por programas; prefieren líderes carismáticos (los «superhéroes» de la política) a instituciones robustas.

3. De Batman al autoritarismo: el hilo rojo

3.1. El mito del «hombre fuerte»

Los superhéroes encarnan un deseo peligroso: un salvador que imponga orden sin democracia. Cuando millones fantasean con ser Batman, normalizan la idea de que «un líder poderoso es mejor que un proceso colectivo». Es el caldo de cultivo del populismo.

3.2. Cultura de la obediencia

Las sociedades infantilizadas odian la incertidumbre. Prefieren la seguridad ficticia de un guion predecible (el malo muere, el héroe sonríe) a la complejidad del mundo real. Históricamente, ese miedo al caos ha llevado a entregar libertades a cambio de promesas de orden.

4. Síntomas cotidianos

  • Consumismo compulsivo: Necesidad de «estrenos» constantes como sustituto de la realización personal.

  • Apatía política: Menos participación en sindicatos, asociaciones o debates locales.

  • Lenguaje empobrecido: Diálogos reducidos a eslóganes; incapacidad para discutir ideas complejas.

5. Cómo contraatacar

5.1. Consumo cultural activo

Equilibrar Marvel con libros que desafíen (¿Has leído a Svetlana Alexiévich o a Zygmunt Bauman este año?).

5.2. Educación rebelde

Enseñar a los niños a cuestionar, no a memorizar. Menos exámenes, más dilemas éticos.

5.3. Recuperar lo colectivo

Reemplazar el binge-watching con clubes de lectura, teatro comunitario o talleres de filosofía.

Conclusión: Batman no es el enemigo (pero tampoco la solución)

El problema no es disfrutar de un blockbuster, sino normalizar que el entretenimiento infantil ocupe el 90% de nuestra dieta cultural. Cuando una sociedad renuncia a la complejidad, firma un cheque en blanco para el autoritarismo. La próxima vez que veas una cola para Batman, pregúntate: ¿Cuántos de esos adultos harían fila para un debate sobre democracia?

La resistencia empieza aquí: apaga Disney+, abre un libro, discute con tu vecino. Porque el antifascismo más eficaz es un ciudadano que piensa.