Vivimos tiempos de desencanto político. Para muchos, la clase dirigente de España parece salida de una novela distópica, una élite de personajes incompetentes y moralmente cuestionables que toman decisiones sin criterio claro y sin un compromiso real con el bienestar común. Pero ¿son realmente tan diferentes de la sociedad a la que representan? Desde un enfoque sociológico, es crucial entender que nuestros líderes no son alienígenas ni figuras impuestas; son un reflejo, con todos sus matices y defectos, de la estructura social actual. Analicemos por qué la clase política española es una representación de la sociedad y qué nos dice eso sobre nosotros mismos.

1. La Campana de Gauss: Política y Distribución de la Inteligencia

La política, al igual que cualquier otro ámbito de la vida social, está sujeta a las mismas leyes de distribución que el resto de la población. Si tomamos la distribución de la inteligencia y el conocimiento como un ejemplo —donde la mayoría de las personas se encuentra en torno a la media, con pocos individuos en los extremos de alta o baja capacidad—, podemos observar un reflejo claro en la composición de nuestros representantes políticos.

Los datos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) de 2023 muestran que una mayoría significativa de los ciudadanos españoles percibe a sus políticos como personas de inteligencia media o baja. Esta percepción, sin embargo, es simplemente un reflejo de la distribución normal de habilidades cognitivas en la población. La política, en este sentido, no selecciona necesariamente a los más capacitados o brillantes, sino a aquellos que mejor saben jugar las reglas del juego electoral, que no siempre premian el mérito o la excelencia intelectual.

2. El Espejo de la Mediocridad Ética y la Carencia de Valores

Más allá del aspecto cognitivo, la clase política española también refleja una preocupante crisis de valores éticos y morales. En una sociedad donde se ha normalizado la falta de ética en distintos ámbitos, la corrupción política se presenta como un síntoma, no como una excepción. España se encuentra en el puesto 35 del Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional, un lugar deshonroso para un país democrático. Pero esta corrupción no se limita a las altas esferas; un estudio de la Universidad de Valencia revela que el 42% de los españoles justifican prácticas corruptas en su vida cotidiana, como aceptar favores o dar sobornos menores.

Este ambiente de laxitud moral y ética se filtra inevitablemente en la política. Los políticos que hoy se escandalizan por las malas prácticas son los mismos ciudadanos que en su vida privada no tienen reparos en justificarlas. Cuando elegimos a nuestros representantes, votamos no solo por su capacidad, sino también por su ética; y esa ética, a menudo, es solo una proyección de nuestros propios estándares. ¿Podemos realmente esperar estadistas en un contexto donde la mediocridad moral es la norma?

3. La Política como Espejismo de Cortoplacismo y Simplicidad: Gobernar a Golpe de Click

La irrupción de las redes sociales ha amplificado esta tendencia hacia el cortoplacismo. Las decisiones se toman ahora con la inmediatez del clic, priorizando la reacción emocional del momento sobre la planificación estratégica de largo plazo. Estudios recientes del Pew Research Center revelan que más del 55% de los jóvenes obtienen sus noticias a través de plataformas sociales, donde el contenido es fugaz, polarizador y muchas veces impreciso.

Este entorno ha transformado la política en un espectáculo mediático, donde lo que importa no es tanto la verdad como la narrativa que mejor se venda. La consecuencia de esto es la pérdida de la «política con mayúsculas»: la que exige reflexión, debate profundo, planificación a largo plazo y, sobre todo, una visión que trascienda los intereses inmediatos.

Los políticos, siguiendo la lógica del «gobernar fácil», se han adaptado a este nuevo entorno. Ya no se busca resolver problemas estructurales, sino obtener «me gusta» y trending topics. Este fenómeno, conocido como populismo digital, es particularmente evidente en la política española, donde los discursos breves y simplistas ganan terreno frente a la complejidad necesaria para abordar problemas tan profundos como la reforma educativa, la justicia social o el cambio climático.

4. Un Empobrecimiento Moral y Cognitivo: La Decadencia de la Sociedad del Conocimiento

Nos enfrentamos a un círculo vicioso de empobrecimiento moral y cognitivo. En un contexto donde la cultura del esfuerzo y la búsqueda de conocimiento han perdido valor, no es de extrañar que la clase política también refleje esta decadencia. Según el informe «Education at a Glance» de 2023, España presenta una de las tasas más altas de abandono escolar temprano en Europa, con un 32% de jóvenes entre 25 y 34 años que no han completado estudios más allá de la educación secundaria.

Además, la inversión en I+D (Investigación y Desarrollo) en España es solo del 1.2% del PIB, una cifra muy por debajo de la media europea del 2.4%. La falta de incentivos para la excelencia académica y la investigación de calidad se traduce en una clase política que no valora el conocimiento como herramienta de cambio, sino que prefiere apelar a emociones y prejuicios superficiales.

En este contexto, la decadencia cognitiva y moral es casi inevitable: una sociedad que desprecia el conocimiento y la complejidad no puede sino elegir líderes que reflejen esos mismos valores. De nuevo, la política es simplemente un espejo de la estructura social, donde la ignorancia y la mediocridad son vistas con indiferencia o, peor aún, con aprobación.

5. La Ilusión del Control: ¿Realmente Elegimos a Nuestros Líderes?

Es tentador creer que nuestros líderes son responsables de todos nuestros males, pero la realidad es que ellos son, en gran parte, una consecuencia de nuestras propias elecciones colectivas. Como señala el sociólogo Ulrich Beck en La Sociedad del Riesgo, vivimos en una época de incertidumbre, donde la percepción del riesgo y la falta de control nos lleva a buscar soluciones fáciles y respuestas inmediatas. Esto genera un entorno político dominado por el miedo y la necesidad de obtener resultados rápidos, sin importar los costos a largo plazo.

La clase política no es una casta aparte, sino una representación directa de nuestras propias preferencias y prioridades como sociedad. Elegimos a los líderes que prometen soluciones rápidas, que se enfocan en el corto plazo y que evitan cualquier forma de autocrítica o reflexión profunda. Así, perpetuamos un ciclo de incompetencia y mediocridad.

6. ¿Hay Esperanza para la Política de Alto Nivel?

¿Qué podemos hacer para romper este ciclo? Es crucial reconocer que, para tener una política con mayúsculas, necesitamos una sociedad que valore el conocimiento, la ética y la empatía. La política de estadistas, de líderes visionarios y preparados, solo será posible si la sociedad que los elige está dispuesta a demandar más que promesas fáciles y respuestas superficiales.

La educación y el fomento de la cultura del conocimiento son fundamentales. Necesitamos promover la alfabetización política y el pensamiento crítico desde las primeras etapas de la educación, fomentando una ciudadanía que no solo sea consciente de sus derechos, sino también de sus responsabilidades. La política debe volver a ser el arte de lo posible, no un mero ejercicio de supervivencia a corto plazo.

Conclusión: El Camino hacia una Sociedad de Excelencia

La clase política en España, con todas sus limitaciones, es un reflejo de nuestras propias carencias como sociedad. No es un accidente ni una anomalía, sino una consecuencia directa de nuestras prioridades, nuestros valores y nuestro compromiso con la mejora colectiva. Mientras sigamos eligiendo líderes que representan nuestras peores tendencias —cortoplacismo, mediocridad ética, desprecio por el conocimiento— no podemos esperar resultados diferentes.

Para cambiar el curso, debemos comenzar por nosotros mismos, exigiendo más de nuestra política y, en última instancia, de nuestra sociedad. La excelencia en política comienza con la excelencia en la ciudadanía. Y, como individuos con altas capacidades intelectuales, tenemos la responsabilidad de liderar ese cambio desde nuestro propio ámbito de influencia, promoviendo una sociedad que aspire, siempre, a ser mejor.