«La gente no tiene educación», «la gente es egoísta», «la gente no respeta nada». ¿Cuántas veces hemos pronunciado estas frases? Existe una curiosa tendencia en nuestra psique colectiva: la construcción de un «otro» abstracto al que culpamos de todos los males sociales. Este ente misterioso que llamamos «la gente» se ha convertido en el chivo expiatorio perfecto para eludir nuestra propia responsabilidad en los problemas cotidianos.

El sesgo de la tercera persona

Desde una perspectiva psicológica, este fenómeno se relaciona con lo que los expertos denominan «sesgo de la tercera persona»: la tendencia a percibir que los problemas sociales son causados por otros, mientras nos excluimos convenientemente de esa ecuación. Este mecanismo cognitivo nos permite mantener una imagen positiva de nosotros mismos mientras proyectamos los comportamientos negativos en un colectivo difuso y anónimo.

El espejo incómodo

La realidad es que nosotros somos «la gente». Cuando nos quejamos de que «la gente» es incívica, olvidamos las veces que:

  • Aparcamos en doble fila «solo cinco minutitos», obstaculizando el tráfico y generando molestias a otros conductores
  • Tiramos colillas al suelo porque «total, una no hace daño»
  • Nos colamos en la fila del supermercado porque «llevamos prisa»
  • Hablamos en voz alta en el cine «solo para aclarar algo rápido»
  • No devolvemos una cartera encontrada justificándonos con un «seguro que harían lo mismo conmigo»
  • Guardamos silencio cuando el cajero nos da más cambio del debido
  • Ocupamos el asiento del metro reservado para personas con movilidad reducida porque «solo serán dos paradas»
  • Dejamos los carritos del supermercado mal aparcados porque «hay personal para recogerlos»
  • Tiramos la basura fuera del horario establecido porque «nos viene mejor así»

La disonancia cognitiva

Este comportamiento se explica a través de la disonancia cognitiva: la tensión psicológica que experimentamos cuando nuestras acciones no coinciden con nuestra autopercepción como personas éticas y responsables. Para resolver esta tensión, creamos una categoría separada («la gente») donde depositamos todos los comportamientos negativos, preservando así nuestra autoimagen positiva.

La responsabilidad individual en el comportamiento colectivo

La sociología nos enseña que los grandes cambios sociales comienzan con pequeñas acciones individuales. Cuando señalamos a «la gente», estamos participando en un ejercicio de autoengaño que nos impide reconocer nuestra propia capacidad de influir en el entorno social.

El camino hacia el cambio

La próxima vez que nos encontremos a punto de criticar a «la gente», deberíamos hacernos algunas preguntas:

  1. ¿He realizado alguna vez el comportamiento que estoy criticando?
  2. ¿Qué justificaciones uso para mis propias conductas inadecuadas?
  3. ¿Cómo contribuyo personalmente a los problemas que observo?
  4. ¿Qué puedo hacer hoy mismo para ser parte de la solución?

Conclusión: De la crítica a la acción

El verdadero cambio social comienza cuando dejamos de ver «la gente» como una entidad ajena y reconocemos nuestra pertenencia a ese colectivo. Solo entonces podemos transformar la crítica estéril en acción constructiva.

La próxima vez que estés a punto de decir «la gente…», recuerda: tú eres «la gente». Y en ese reconocimiento reside el primer paso hacia el cambio real. Porque los problemas sociales no son causados por un ente abstracto, sino por las pequeñas decisiones que cada uno de nosotros toma cada día.

Ser conscientes de esto no solo nos hace más honestos con nosotros mismos, sino que nos empodera para ser agentes activos del cambio que queremos ver en nuestra sociedad. Después de todo, si somos parte del problema, también podemos ser parte de la solución.